CHARLA-DEBATE SOBRE EL DESARME – MUNDO SIN GUERRAS


FORO NACIONAL POR UNA ARGENTINA NO VIOLENTA – AUDITORIUM UTN, BUENOS AIRES, 16 NOVIEMBRE 2006. 16 HORAS.

Introducción (Fernando García)

Debido a disparidades preexistentes, desde principios del siglo pasado, el capital financiero internacional tiende aceleradamente a concentrarse desproporcionadamente en manos de cada vez menos manos.

Progresivamente, dichos capitales se fueron desplazando en gran medida de la producción a la especulación financiera.

Hoy en día, de las 100 mayores economías del mundo, 51 son corporaciones multinacionales y sólo 49 son países. Estas disponen de recursos económicos y tecnológicos enormemente desproporcionados a los intereses que representan. La brecha creciente entre los llamados norte y sur del mundo responde a esto.

El objetivo declarado de los grandes capitales es el beneficio económico, de manera que tales recursos son aplicados a la consolidación y ampliación del lucro. De hecho, esto pone en un segundo plano consideraciones referidas al impacto ambiental, la calidad de vida, la salud, la educación, y, como se ve en estos días, la paz internacional.

Uno de los puntos cardinales del capital es que busca seguridad. Así, para proteger, consolidar y aumentar ese poder que tiende hacia un virtual monopolio económico, el capital financiero internacional necesita apuntar a generar y controlar también monopolios organizativos e ideológicos.

Los acuerdos GATT, la OPEC, la WTO (OMC), IMF (FMI), World Bank (Banco Mundial), etc. cumplen con esas funciones. Los proteccionismos que se alzan o que se abaten según el caso, no son de principio sino de conveniencia. El “Pensamiento Único” en todas sus expresiones[1] es funcional a esa supremacía, como “frente ideológico”. La misma ONU no está exenta de la influencia de los oligopolios.

Así, el capital financiero internacional recurre al control directo o indirecto de las democracias formales que dan marco legal a tales monopolios y oligopolios.

Esto decreta la obsolescencia del poder del estado nacional.

“Mientras crece el poder regional y mundial de las compañías multinacionales, mientras se concentra el capital financiero internacional, los sistemas políticos pierden autonomía y la legislación se adecua a los dictámenes de los nuevos poderes.”[2]

“Hoy no se trata de economías feudales, ni de industrias nacionales, ni siquiera de intereses de grupos regionales. Hoy se trata de que aquellos supervivientes históricos acomoden su parcela a los dictados del capital financiero internacional. Un capital especulador que se va concentrando mundialmente.”[3]

Dicha concentración fue restando cada vez más libertad a los estados nacionales que entonces tienden a favorecer al capital en desmedro de los ciudadanos. A su vez, los estados nacionales reciben presiones por las reivindicaciones localistas, étnicas, culturales, religiosas, separatistas, etc. que erosionan aun más el poder estatal. En este cuadro de situación, el estado nacional pierde capacidad de maniobra y tiende a abandonar antiguas políticas por las que se intentaba garantizar ciertos derechos y servicios a toda la población.

Así se van imponiendo modelos eficientistas y economicistas, y se asiste al desmantelamiento del estado asistencial, al pasaje a la privatización de servicios, a la liquidación de los bienes estatales, a las maniobras monetarias drásticas, etc.

La tan mentada globalización y las regionalizaciones son motorizadas y dirigidas por los grandes capitales ya que sirven primariamente a sus intereses. Los modelos económicos que adoptan los estados son propuestos por quienes sostienen los intereses de los grandes capitales. Así se ensaya y fracasa un modelo tras otro, con resultados desastrosos para los pueblos.

De manera que el ciudadano común ha ido quedando en situación de vulnerabilidad y desamparo, expuesto a todo tipo de desgracias, riesgos y abusos. Bajo el lema de “Todo para el capital, nada para la gente,” sólo ese minoritario porcentaje de la población que sirve y basta al modelo económico de turno podrá gozar de sus beneficios y privilegios.

Las democracias formales, a su vez, disponen del monopolio del uso de la fuerza. Este es el caso de los ejércitos que actuarán, según el caso, allanando el camino para el avance del capital financiero internacional o bien defendiendo sus intereses globales cuando los recursos de la democracia formal o la “legalidad” vigente hayan fallado en tal propósito.

La carrera armamentista sigue inflando los gastos militares de los estados, muy por encima de los recursos destinados, por ejemplo, a las áreas de salud y educación.

“Privatizada la educación, la salud, las comunicaciones, las reservas naturales y hasta importantes áreas de la seguridad ciudadana; privatizados los bienes y servicios, disminuye la importancia del Estado tradicional. Es coherente pensar que si la administración y los recursos de un país salen del área de control público, la Justicia seguirá el mismo proceso y se asignará a las fuerzas armadas el rol de milicia privada destinada a la defensa de intereses económicos vernáculos o multinacionales.”[4]

“En la concepción tradicional se ha dado a las fuerzas armadas la función de resguardar la soberanía y seguridad de los países, disponiendo del uso de la fuerza de acuerdo al mandato de los poderes constituidos. De este modo, el monopolio de la violencia que corresponde al Estado se transfiere a los cuerpos militares. Pero he aquí un primer punto de discusión respecto a qué debe entenderse por «soberanía» y qué por «seguridad». Si éstas, o más modernamente el «progreso» de un país, requieren fuentes de aprovisionamiento extra-territoriales, navegabilidad marítima indiscutible para proteger el desplazamiento de mercaderías, control de puntos estratégicos con el mismo fin y ocupación de territorios ajenos, estamos ante la teoría y la práctica colonial o neo-colonial”. [5]

A esto responden la “defensa de los intereses estratégicos” (que ya no reconocen fronteras), las “guerras preventivas”, las “guerras humanitarias”, el “restablecimiento de la democracia”, “el libre comercio”, “la estabilidad”, y demás justificaciones amañadas del uso cínico del poder militar con ulteriores fines.

Los intereses del capital financiero internacional necesitan –como antaño los imperios coloniales– fuentes de energía, materias primas, mercados, etc. en condiciones cada vez más ventajosas para su beneficio.

En la medida que los intereses del capital financiero internacional se hacen globales, también aumenta la necesidad de recursos militares proporcionales para la defensa y ampliación de tales intereses. Es así que el armamento convencional ya no basta y se llega a la amenaza nuclear que provee la última línea de defensa del monopolio económico. Y esta amenaza nuclear actúa por la simple afirmación de la voluntad de usarla si los demás recursos fallaran. Esto también explica el interés de algunos por mantener el monopolio de las armas nucleares.

Y así el capital financiero internacional se consolida y avanza gracias al oportuno uso tanto de acuerdos bajo la coerción de sus monopolios, como de la más cruda acción militar cuando ello no es posible.

Todo esto halla su correlato en las aspiraciones y acciones imperiales de la política exterior de la mayor de las potencias nucleares, los EE.UU. Esta y sus aliados pueden diferir ocasionalmente en las tácticas a emplear, pero no en la estrategia de fondo de la cual son beneficiarios.

Obviamente que tamaño poder monopólico del capital financiero internacional, que a su vez se concentra en cada vez menos manos, deja afuera cada vez más disconformes. Algunos de estos no vacilan en apelar a los mismos recursos con los que han sido atropellados. Otros también apelan a los mismos recursos, pero para aspirar a su propia parcela de poder dentro del marco global, compitiendo así con otros por ser aliados regionales de los poderes que defienden al capital financiero internacional.

Así surgen las carreras armamentistas en las que perduran también la defensa de intereses nacionales, étnicos, regionales, sectoriales, etc.

“El gran capital ya ha agotado la etapa de economía de mercado y comienza a disciplinar a la sociedad para afrontar el caos que él mismo ha producido. Frente a esta irracionalidad, no se levantan dialécticamente las voces de la razón sino los más oscuros racismos, fundamentalismos y fanatismos.” [6]

En una paradoja organizativa propia de en un sistema cerrado como el actual, a mayor intento de imposición de un cierto “orden” (pax romana) le corresponde un aumento creciente de desorden, de entropía.

Asistimos hoy a una situación mundial de “guerra infinita” muy próxima a la imaginada por George Orwell en su célebre novela “1984”.

Todo se va complicando en una situación mundial confusa y volátil donde hay cada vez más protagonistas de diferentes tipos: países poderosos industrial y militarmente; países débiles industrial y militarmente, pero con reservas energéticas suficientes como para crear inestabilidad mundial; organizaciones paraestatales (IRA, ETA, Al Qaeda, chechenios, etc.) con capacidad de desestabilizar por medio de atentados a grupos humanos o a infraestructuras importantes; y todos estos actores tienen la posibilidad de acceder a diferentes tipos de armamento nuclear contando, además, con la voluntad de usarlo.

“Por último, el fenómeno del terrorismo se avizora como peligro de proporciones enormes dado el poder de fuego con que hoy pueden contar individuos y grupos relativamente especializados. Esta amenaza que llegaría a expresarse por medio del artefacto nuclear, o de explosivos deflagrantes y moleculares de alto poder, toca también a otras áreas como la de las armas químicas y bacteriológicas de reducido costo y fácil producción.”[7]

En este desorden de cosas, donde nadie controla nada, las probabilidades de detonación accidental o intencional de dispositivos nucleares de todo tipo son demasiado altas. Los hechos trágicos que esto podría desencadenar son imprevisibles y más allá del gobierno de cualquiera de los protagonistas de la amenaza nuclear.

A este punto paso la palabra a mi compañero Javier Zaldarriaga, quien les contará más sobre ésto. Muchas gracias.



[1] “El fin de la historia”, de Francis Fukuyama; “El choque de las civilizaciones”, de Huntington; etc.

[2] Características de la crisis. Segunda Carta a Mis Amigos. Cartas a Mis Amigos. Silo. Obras Completas. Volumen I. 5 de diciembre de 1991.

[3] El Capital Mundial. Sexta Carta a Mis Amigos. Cartas a Mis Amigos. Silo. Obras Completas. Volumen I. 5 de abril de 1993.

[4] Necesidad de una re-definición del rol de las fuerzas armadas. Octava Carta a Mis Amigos. Cartas a Mis Amigos. Silo. Obras Completas. Volumen. 10 de agosto de 1993.

[5] Revisión de los conceptos de soberanía y seguridad. Octava Carta a Mis Amigos. Cartas a Mis Amigos. Silo. Obras Completas. Volumen I. 10 de agosto de 1993.

[6] El Capital Mundial. Sexta Carta a Mis Amigos. Cartas a Mis Amigos. Silo. Obras Completas. Volumen I. 5 de abril de 1993.

[7] Seguridad interior y reestructuración militar. Octava Carta a Mis Amigos. Cartas a Mis Amigos. Silo. Obras Completas. Volumen I. 10 de agosto de 1993.

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